Capítulo 17. Viaje a Puerto Ayacucho y el Caracazo

Nuestro primo Alfredo Stelling Cróquer era para el año de 1989 gerente de Relaciones Públicas de Venalum, con su esposa Victoria y sus hijas vivía en Puerto Ordaz; y se le ocurrió la idea en sus vacaciones de viajar por tierra alrededor de Venezuela. Nos llamó y planteó el itinerario, que comprendía atravesar el estado Bolívar, luego el territorio Amazonas, donde contrataríamos una avioneta para sobrevolar el Autana, montaña sagrada de los indios Piaroas, y retornar por el estado Apure, Lara, Falcón, Carabobo, Aragua y Miranda hasta llegar a nuestro apartamento en Playa Grande, donde luego de descansar un par de días debían continuar hasta Anzoátegui y conectar de nuevo con el estado Bolívar. Por supuesto, incluyó para el viaje la semana de vacaciones de Carnaval, para que nosotros pudiésemos acompañarlo en la primera etapa del periplo. Debo reconocer que cauteloso como soy no me llamó la atención ese turismo de aventura; pero Marina no solo aceptó ir, sino que insistió tanto que como siempre tuve que aceptar. Y así, el 2 de Febrero del año 1989, tomamos un avión hacia Puerto Ordaz.

Llegamos a casa de Alfredo y comenzó el sarao. Esa noche nos acostamos a las 4 de La madrugada para el día después comenzar con los preparativos del viaje, provisiones, bebidas y tiendas de campaña. El viaje suponía toda una logística complicada; pero esa noche de nuevo comenzamos a conversar y terminamos casi a las cinco de la mañana. Marina estaba enterita… y es que algo la favorecía en estos avatares, pues bastaba que durmiera un par de horas y al despertarse estaba como nueva.

El día 4 de febrero tomamos camino en dos camionetas Samurai propiedad de Alfredo. En la primera íbamos nosotros con Victoria al volante, pues el anfitrión se encontraba buscando un segundo aire; y la segunda era conducida por Rafael Romero acompañado por su esposa. Rafael había sido un importante velocista venezolano, campeón Panamericano, Iberoamericano y cuarto puesto en los 200 metros planos de las Olimpíadas de Roma de 1960, quien se desempeñaba como gerente deportivo en Venalum.

Llegamos a Maripa, un pueblo cercano al río Caura y al campamento Orinokia a orillas del río y, después de estar allí dos días, seguimos hacia la zona de Puerto Ayacucho. Dos ríos tuvimos que atravesar en chalana, el más ancho de los cuales resultó el Caura, segundo principal afluente del Orinoco después del Caroní.

En el camino y cercano a Caicara divisamos a lo lejos una caída de agua y dejamos la carretera principal para adentrarnos hacia la zona del salto llamado Chiviripa.

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Una vez allí decidimos subir, escalarlo, y Marina trató en vano de convencernos de hacerlo por un lateral de rocas secas, mientras los demás que no compramos su idea lo hicimos por donde descendía el agua… Bueno, nos pasó de todo, incluso una caída muy peligrosa que sufrí entre las rocas resbaladizas y que produjo contusiones en la espalda que me molestaron por cierto tiempo. La prima Victoria, que se encontraba en su período menstrual y sangraba excesivamente, con el esfuerzo manchó el elegante mono deportivo que usaba….

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Por fin, al alcanzar la cima, encontramos a Marina, quien nos recibió con esa risa sarcástica como la que empleaba cuando quería burlarse y demostrar que su tesis no estaba errada,  diciéndonos “Y ustedes, ¿por qué tardaron tanto?, llevo aquí como media hora”. Pero cuando le expliqué de mi caida se preocupó por darme un masaje en la espalda con el agua helada que caía desde la montaña; y, susurrándome al oído, me dijo: «Papi, la próxima vez hazme caso».

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Luego de un refrescante baño en el pozo de Chiviripa seguimos camino hacia Puerto Ayacucho con una pernocta en Rancho Sagitario, un sitio espectacular con unos “ojos de agua” extraordinarios donde nos bañamos bajo un cielo estrellado magnífico.

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Retomamos el viaje y nos detuvimos en el rio Parguaza en la comunidad de Tierras Blancas, donde contratamos un paseo hacia Pendare, una aldea indígena, con la idea de conocer e interactuar con la comunidad además de llevar golosinas a los niños. Mientras la embarcación navegaba río arriba, la felicidad de Marina era total; cómo olvidarla, una mujer todo alegría, felicidad, amante de la vida y de su entorno.

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El itinerario estuvo muy bien organizado por Alfredo, quien conociendo el interés antropológico de Marina, incluyó visitas a hermosas locaciones naturales y también a comunidades indígenas. Solo que en lugar de antropóloga parecía una estrella de cine.

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Al regresar continuamos camino hacia Puerto Ayacucho pero antes de llegar nos detuvimos en un sitio conocido como Pozo Azul, un parque con zonas para sentarse y también bañarse en unas pozas ricas; pero Alfredo, quien había sido el organizador de la excursión, planteó comer algo, jugar una partida de dominó y descansar antes de seguir nuestro viaje. Victoria y la esposa de Rafael Romero no quisieron jugar por no conocer la técnica, pero Marina, echada p’alante como era, le dijo a Alfredo “Yo juego con Frankie”. Entonces comenzamos a batir las piedras, Alfredo con Rafael y Marina conmigo… La primera partida fue un rotundo zapatero, es decir, les ganamos cien a cero, el orgullo y la revancha los estimularon para una segunda partida que esta vez terminó en chancleta. Y hasta allí llegó el dominó. Ya en la carretera, “chaposos” como somos los Cróquer (eso lo aprendí de mi padre), comencé con la complicidad de Marina a burlarme de Alfredo mientras manejaba, y tanto Victoria como nosotros reíamos a mandíbula batiente hasta que llegado un momento Alfredo detuvo la camioneta, descendió de la misma y me encaró. Ante su enfado, le dije: “¿Qué te pasa?, no pareces Cróquer”. Y su respuesta nos produjo más risa aún: “Es que soy más Stelling que Cróquer”, dijo. A partir de ese momento, cada vez que salíamos con Alfredo le preguntábamos, Alfredito como estás hoy… ¿más Cróquer o más Stelling?

Una vez que llegamos a Puerto Ayacucho, Alfredo contactó a dos amigos absolutamente disímiles y enemigos políticos: Héctor Valverde Aristimuño, abogado defensor de los derechos indígenas, excomandante guerrillero y que conociera en Londres donde llegara como exiliado político, y el general Ismael García, Jefe de la V Brigada de selva de la zona. Marina gozaba de esta situación irreverente, simpatizante del MAS como era.

Una vez allí tuve un miedo enorme de sobrevolar el Autana como se había planificado originalmente y propuse al grupo llegarle por vía fluvial, vendiendo la idea que sería mucho más agradable. Todos estuvieron de acuerdo, incluyendo mi Marina.

El general nos prestó chalecos salvavidas del ejército y nos comentó que poco tiempo antes había perdido ahogado a un joven oficial quien se negó a emplear el chaleco esgrimiendo como razón el haber sido campeón de natación en la Academia Militar. El Orinoco es un río bravo, de mucha fuerza y por ello insistió que los aceptáramos. Fuimos a Samariapo y allí contratamos para el día después una embarcación lo suficientemente larga como para transportar a seis pasajeros con bebidas y víveres. En isla Ratón contratamos a un indígena, también llamado práctico, para que nos sirviera de guía; y el conductor, un señor bastante entrado en años, trajo a su nietecito de unos cinco añitos aproximadamente.

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Una vez navegado parte del Orinoco sin problemas, entramos hacia el río Sipapo; y proa hacia arriba la íbamos pasando muy bien: risas, cuentos, güisqui, ginebra con jugo de naranja… eran los aperitivos del momento del grupo, donde resaltaba la voz de Marina embriagada no por el alcohol sino por el entorno, río, selva, olores y ruidos particulares.

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Para el turismo de aventura y enfrentar a la naturaleza soy muy cauteloso, y desde el principio me coloqué al lado del práctico quien, desde la proa, avisaba al conductor con ademanes hacia dónde dirigirse para evitar golpear la embarcación con las rocas que sobresalían en la superficie del agua. En un momento dado, me comentó que en poco tiempo llegaríamos a “un chorro” y muy contento avisé al grupo, pues el calor era agobiante y un baño bajo una supuesta caída de agua no caería nada mal. Sin embargo, al preguntarle por el sitio del chorro señaló hacia adelante y lo que vi me petrificó, pues era en realidad un área de aguas turbulentas. Le avisé al grupo para que se colocaran los chalecos y se prepararan para momentos difíciles. Y, de repente, se escuchó la voz de Marina: «Esta vaina se está poniendo buena”. Marina la especial y aventurera estaba en lo suyo y próxima a vivir lo que considero fue una demostración de valentía y arrojo.

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El ruido era aterrador, y al ver esos raudales y sabernos en un bongó indefensos en manos de la fortuna y los designios divinos, solo nos quedó encomendarnos a Dios. Nuestro conductor escogió el lugar por donde descendía el agua con mayor volumen y dirigió el bongó hacia ese sitio, mientras aceleraba el motor para tratar de superar el escollo. Lo logró a medias, pues una vez que la proa llegó arriba la hélice del motor quedó suspendida en el aire y la corriente inclinó la embarcación hacia un lado, mientras la llevaba de regreso hacia abajo. Entonces, nos bajamos como pudimos y quedamos sobre un peñasco en el medio del río.

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El piloto y el práctico lograron llevar el bongó con las provisiones aguas abajo y retornaron por el lado derecho. Un espacio de diez metros nos separaba de ellos, pero por ese espacio bajaba una corriente de agua con una fuerza tremenda… “Por favor, corta un trozo de madera y hazla llegar”, dijo Alfredo, cuya idea era que Rafael, el atleta del grupo, intentara pasar asido al tronco mientras lo sosteníamos nosotros.

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Mientras esto sucedía, yo pensaba en quién sostendría ese tronco cuando se lograse el penúltimo rescate. Por supuesto, Rafael no logró caminar medio metro, pues la fuerza del agua era tan potente que casi lo arrastra. Igual sucedió con Alfredo… El hecho de continuar sintiendo el rumor del agua descendiendo en esos raudales y de no poder encontrar la manera de superar la dificultad comenzó a generarnos mucho desasosiego…

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Alfredo ordenó: “Tomen los mecates de las hamacas, hagan una sola cuerda y láncenla”. Así lo hicimos y tampoco funcionó. No obstante, médico al fin, con esa capacidad de observación con la que nos entrenan y el menos ebrio del grupo, observé que al caer el extremo del mecate en el agua, desaparecía por unos segundos para reaparecer en la otra orilla y luego de evaluar la situación decidimos agarrar el mecate y lanzarnos al río. Por supuesto, el encargado de probar la hipótesis fue Alfredo… Y funcionó: así fuimos pasando uno tras otro. Marina se enfrentó con Victoria, quien sufría una crisis de nervios pues no sabía nadar y le amarró las muñecas con la cuerda empujándola al río… También logró salir aterrada pero sana y salva. Quedamos Marina, el nietecito del conductor, quien pedía sollozando que lo salvaran, Rafael Romero y yo, el fotógrafo de la expedición.

Amarramos al niño a la espalda de Marina y con determinación ella se lanzó a la corriente. Fueron segundos de angustia, pues el río te hundía y con la misma fuerza te sacaba a la superficie; pero Marina logró llevar al niño con su abuelo.

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Como se dice en la zona, habíamos “trambucado” en el llamado Chorro del Muerto, así conocido por haber sufrido allí un accidente un equipo de producción de la TV francesa con varias personas muertas por inmersión algunos años antes.

Esa noche la pasamos en una de esas islas arenosas que se forman en los ríos cuando su volumen de agua disminuye de manera importante, como sucede en época de verano; lo cual nos generó mucha angustia, pues siempre existe el temor de las crecidas intempestivas, que dependen de la lluvia que se pueda descargar en la cabecera del río. Pero Marina me consoló diciéndome “Ven amor, descansa a mi lado y relájate”.

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Quién podría pensar que se puede olvidar a una mujer así fácilmente, o simplemente sustituirla por aliviar la soledad o suplir la necesidad de compañía… Por eso pienso que será muy difícil solventar su partida. Sólo me queda vivir de sus recuerdos y adaptarme a su ausencia presente.

Regresamos al hotel sin visitar el Autana. Y el día después Marina y yo retornaríamos a Caracas vía aérea desde Puerto Ayacucho, mientras Alfredo y Rafael con sus esposas continuarían su viaje por tierra. Esa noche, después de la cena, el general y su ayudante nos invitaron a jugar dominó mientras Marina, Victoria y la esposa de Rafael subían a dormir. Resulta que no habían terminado de retirarse cuando aparecieron en escena tres tipas y se sentaron alrededor de nosotros. Afortunadamente la rochela era con los uniformados y nos mantuvimos al margen, pero de repente vi una cabecita asomarse por la ventana que daba hacia la piscina y era Marina, quien intuyendo algo se había regresado sigilosamente y estaba espiándonos. Al verse descubierta por mí se hizo presente y con un “Buenas noches, qué juego tan interesante”, produjo un tartamudeo generalizado. Nunca había visto tal grado de angustia en un oficial de tan elevado rango… El día después tomamos vuelo hacia Caracas vía San Fernando de Apure y yo iba feliz con mi brujita al lado.

El 26 de febrero bajamos sin los muchachos a Playa Grande con la idea de esperar a Alfredo y a Victoria, quienes venían de su periplo e iban a llegar al apartamento para descansar antes de continuar viaje hacia Anzoátegui, Monagas, Bolívar y de esa manera cerrar el ciclo. Sin embargo, un día después, Carlos Andrés Pérez, quien se había encargado de la presidencia justo el 2 de febrero, emitía un decreto con una serie de reformas entre las cuales la más polémica era aumentar 25 céntimos el precio de la gasolina. A raíz de esa medida, coincidió con la llegada de Alfredo el inicio de una serie de protestas que se incrementaron de manera importante. El día domingo le avisamos que subiríamos a Caracas preocupados, pues los muchachos se encontraban solos y lo intentamos por diversas vías; pero todas estaban cerradas con manifestaciones de calle. Regresamos al apartamento y esperamos hasta medianoche, cuando por fin pudimos tomar la autopista. Marina me daba ánimos como siempre y al llegar al Paraíso observamos grupos de personas que saqueaban los negocios de la zona. Fueron horas de terror pero logramos sortear a los grupos violentos y seguir adelante. Al llegar al apartamento, Eleonora y Aldo nos esperaban con la agradable sorpresa de un nuevo miembro de la familia: un cachorro de Schnauzer sal y pimienta a quien Marina bautizó de inmediato con el nombre de Gunther… Comenzaba a tejerse, entonces, el nefasto proyecto del socialismo bolivariano.

Capítulo 16. Nuevo viaje a Europa

Las canciones de Aldemaro Romero estaban entre nuestras favoritas, ese contar cosas vividas con intensidad, sin tapujos y además con un ritmo pegajoso nos embelesaban; en especial, “Esta noche me voy a emborrachar con mi mujer” y “Te acuerdas”. Por lo tanto, cada vez que tengo que relatar detalles de los viajes que hicimos, me llegan a la memoria esas dos canciones y comienzo con los pucheros, los ojos se me llenan de lágrimas y estallo en sollozos hasta que logro calmarme para continuar el relato.

Decidimos realizar un crucero por las islas griegas, lo que para Marina había sido un anhelo desde hacía mucho tiempo.

Transcurría el año de 1988 y al igual que el anterior, el viaje comenzó por Vittorio Veneto, ciudad de donde era su madre y que se transformó en los alrededores en el campo de batalla de la resistencia antifascista que organizó su padre. La abuela de Marina había fallecido, pero estaban su tía Clara y su esposo Mario, sus primos Elda con su esposo Walter y sus hijos Erika y Alberto y su otro primo Duilio con su novia Lara.

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Visita obligada fue el Pian Cansiglio o la llanura del Cansiglio, la montaña donde se luchó intensamente y se erigió un monumento recordatorio de ese sacrificio. Ese día se encontraba particularmente bella, con un vestido estampado que hacia juego con el entorno, mientras Erika le acompañaba.

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Luego transitamos por la strada del vino bianco o carretera del vino blanco desde Vittorio Veneto hasta Valdobbiadene a través del llamado Paso de San Boldo, una carretera muy bella flanqueada por pasto y flores hermosas, que sirvieron de marco perfecto para capturar imágenes alusivas a nuestro amor hasta llegar a la muestra del vino espumante… Allí degustamos un rico Prosecco superiore di Cartizze…

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Visita obligada fue su bella Venecia, que le producía una nostalgia especial y le recordaba canciones de Charles Aznavour, cuyas letras que le encantaba le susurrara al oído (ahora me tocará repetirlas pero con una tristeza infinita). Creo que no podré ir de nuevo a esa ciudad…

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Tomamos el tren hacia Florencia para visitar a los amigos Giugni: Daniela, su esposo Ricardo y sus hijos Alberto y Sylvia, a Roberto, su hermana Ingrid y a Ambretta su madre. Llantos de alegría nos reunieron de nuevo; y esta vez visitamos Pisa con la buena suerte de que tenían abierto el acceso a la parte alta de la torre donde la loca divina que era Marina coqueteó con el vértigo que  produce  acercarse a la baranda protectora a lo que Daniela no se atrevió.

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Visitar la Porziuncula en la ciudad de Assisi que representa el símbolo del sacrificio de San Francisco fue reconfortante y gratificante al espíritu, pues sin ser beatos fuimos criados en la fé católica y acudir a los sitios emblemáticos de la religión nos ofrecía una paz interior y un regocijo espiritual inexplicables. Pero lo sentíamos.

Cuando Marina se encontraba en esa etapa de sobrecogimiento espiritual era el momento cuando más me gustaba obtener las imágenes de su rostro, pues surgía una belleza interior que se asociaba a la hermosura de sus facciones. Y así la capté cuando apoyó su mano en el sitio a través del cual San Francisco recibía las dádivas de sus coterráneos.

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Assisi lo recorrimos con la compañía de sus amigos de infancia Daniela, Roberto e Ingrid, vaya si estaba feliz mi gata querida quien a pesar de no ser practicante de la religión, educada como lo había sido en la fe cristiana, era devota especialmente de los Santos a quienes respetaba por su entrega en favor de sus prójimos.

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Particularmente en esta ciudad tuvo oportunidad de conversar con una monja de clausura a través de una pequeña apertura que la separaba del mundo exterior, situación que la conmovió profundamente.

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Dejamos Florencia y tomamos de nuevo el tren para retornar a Bologna y desde allí con otro tren conocido como la Freccia del Adriático nos trasladamos a la ciudad de Brindisi, pues ese era el sitio donde debíamos embarcarnos en el ferry hasta Grecia… Marina tenía algo favorable, pues cualquier medio de transporte le ocasionaba un sueño profundo que yo le cuidaba celosamente, entre otras cosas pues tenía siempre un mal despertar que la hacía gruñir ferozmente hasta que después de unos minutos se conectaba de nuevo con el entorno y retornaba su dulzura y simpatía. Sólo me atrevía a fotografiarla mientras dormía.

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Como todo país organizado para el turismo, la estación de trenes de Brindisi se encuentra muy cerca de los muelles desde donde zarpan los barcos hacia Grecia, basta contratar una persona para que lleve el equipaje, pero recortados de dinero como estábamos tuvimos que cargarlo todo ese trayecto. Por eso es que estas aventuras hay que hacerlas con mucho dinero o con poco, pero muy jóvenes. Al fin logramos ubicar el ferry de la línea Helénica Mediterránea donde nos embarcamos para navegar durante toda la noche y atravesar el mar Adriático hasta llegar a la soñada Grecia.

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Logramos alquilar un camarote para pasar la noche y al amanecer llegar primero a un puerto de Yugoeslavia y después a Patras en Grecia. El navegar para Marina era reconfortante, hacía honor a su nombre pues le encantaba el mar, la arena, la brisa, las aves, en fin todo lo que tuviera que ver con ese elemento.

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Que si tuvimos una vida intensa… ¡claro que la tuvimos! Todo nuestro esfuerzo de trabajo lo invertimos en educar a nuestros hijos y en viajar por el mundo entero; y eso me lo enseñó mi extraordinaria mujer cuando me decía: “para cuando lo vas a dejar, ¿para cuando no puedas hacerlo?”. Le hacía caso, pues tenía toda la razón y este homenaje a su vida, pleno de recuerdos, es ejemplo fiel de lo que defendió siempre: lo bailado y lo gozado nadie te lo quita.

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Llegar a Patras y luego tomar un bus con destino a Atenas fue una experiencia muy emotiva pues a Marina, como buena antropóloga, le encantaba la historia helénica. Era amante de la belleza griega y de su gente, aun sin haberlos conocido; pero los había estudiado profundamente.

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Luego de pasar por campos de olivos y sobre el canal de Corinto construido en 1920 para conectar el golfo que lleva su nombre con el mar Egeo llegamos a la capital de Grecia.

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A la entrada del hotel nos divertimos mucho, pues me atasqué con el equipaje en la puerta giratoria, situación que aprovechó para disparar una fotografía.

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La felicidad de Marina era total, pues visitaba la cuna de nuestra civilización. Y poder observar a Atenas desde lo alto con la zona de sus ruinas generó en la gata bella lo que llamé un orgasmo antropológico, lo que le ocasionó mucha gracia.

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Además de visitar la Acrópolis y  los diversos museos de Atenas, a Marina le interesaba mucho mezclarse con la gente y salimos en la noche a conocer el barrio la Plaka, situado por debajo de la Acrópolis, un entramado de calles y plazas de corte bohemio con infinidad de bares y restaurantes. En uno de esos sitios pudimos entrar, gracias a la amabilidad del gerente y a la insistencia de mi loca, pues estaba reservado para un matrimonio y sólo quedaba una mesa libre para dos personas… A una hora determinada llegaron los novios y comenzó el sarao con bailarines interpretando las danzas típicas que popularizara Anthony Quinn en su famoso personaje de Zorba El Griego. Allí interactuamos con la gente, bailamos, rompimos platos contra el piso y ambos retornamos al hotel en muy malas condiciones.

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El día después en horas de la tarde nos embarcamos en el Stella Solaris y cuando nos asignaron el camarote nos condujeron por unas escaleras hasta dos pisos por debajo de la recepción. Sumamente pobres como éramos, no quedó otro remedio que comprar ese camarote de litera con una ventanilla por donde se veía el mar casi al mismo nivel. Pero en ese instante de nuevo recordamos el consejo del maestro Layrisse: “utilícelo solo para dormir”. (Aunque, bueno… en realidad lo usamos también para otras cosillas).

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Nuestro primer toque fue Turquía, donde conocimos Dikili, pueblo de pescadores de enorme importancia histórica desde el punto de vista médico, pues allí se había construído el hospital más grande de la antigüedad conocido como Esculapio, de donde viene el símbolo que caracteriza la profesión médica. Allí nos abordaron unos vendedores ambulantes de frutas y a Marina se le hizo agua la boca por probar un melón de concha negra que realmente se veía muy gustoso y con un aroma particular… Resultó ser el melón más caro del mundo, pues me equivoqué al momento de calcular el cambio y pagué una exorbitante cantidad de dinero. Desafortunadamente, me di cuenta luego que el bus donde íbamos había recorrido una larga distancia… Marina me dijo en perfecto italiano… «bah, lascialo stare”, que significaría algo así como «déjalo pasar, olvídalo»; y solo así pudimos disfrutar el melón, que por cierto estaba riquísimo….

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Como siempre, Marina al borde del peligro, sentía un placer enorme por estar cerca del precipicio. Luego navegamos hacia nuestro próximo destino y aprovechó como siempre para reposar al lado de la piscina…

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Navegamos durante todo el día y la noche cuando nos acompañó el brillo de una luna hermosa que se reflejaba en el mar y esculpía la silueta de mi Marina….

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Atracamos a la mañana siguiente en el puerto de Estambul situado en el mar Bósforo, en el llamado Cuerno de Oro. Bajamos del barco y recorrimos la zona de la Mezquita azul y la Mezquita Santa Sofía, obras de una gran belleza arquitectónica; pero además sitios de profundo recogimiento religioso para los turcos.

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Luego, una visita obligada fue la zona del Gran Bazar: un mercado gigantesco con miles de comercios e intrincados y laberínticos recovecos. Por primera vez vi a mi gata temeraria asustada, en parte por lo que nos había mencionado la guía del tour al pedir extremo cuidado en el momento de transitar por los diversos espacios del bazar. Prefirió no recorrer el sitio… y a decir verdad, se lo agradecí, pues tampoco me sentí seguro en el lugar.

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Como todo tour, siempre llevan a los visitantes a conocer negocios relacionados con ventas de joyas y objetos típicos; y en este caso, nos condujeron a una famosa casa vendedora de alfombras. Por supuesto, mi Marina no iba a perder esa oportunidad a pesar de que le mencioné la prohibición que pesaba sobre la introducción de este tipo de mercancía en el país… Como siempre que se empeñaba en algo, me contestó: “Papi no te preocupes, llamamos al primo William”, quien tenía un buen amigo en la aduana para que nos ayudara al llegar. Y allí la capturé con la muy pícara sonrisa que me regalaba cada vez que me convencía de las bondades de su requerimiento. Esa vez no fue una, sino dos, las alfombras que escogió para comprar. Eran pequeñas, pero alfombras al fin.

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Llegamos entonces a Kusadasi, localidad turística de bellas playas pero con una historia muy importante por su cercanía con Efeso, una antigua ciudad fundada por los griegos en el siglo VIII A.C. y sede de una de las maravillas del mundo: el templo erigido por los Efesios en honor a Artemisa, Diosa de la fertilidad, y del cual solo quedan ruinas. Recorrimos la zona plena de restos arquitectónicos, en especial la fachada de la Biblioteca de Celso, antes de regresar al barco con Marina realmente feliz por vivir lo que siempre había estudiado y admirado.

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Desde Kusadasi continuamos a Rodas, también conocida como “Isla de las rosas”, isla del Dios del Sol, Apolo en la mitología griega. Fue un viaje pleno de historia, relatos, cultura y bellezas naturales, lo que generaba en la gata una emoción indescriptible.

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De nuevo nos embarcamos, esta vez con destino a Santorini; esta isla, considerada por los arqueólogos como la legendaria Atlántida, nos impresionó de manera importante, pues al llegar observamos a la izquierda un área oscurecida por restos volcánicos, ya que en 1450 sucedió la erupción de un volcán que separó la isla en dos porciones, y de una forma circular que tenía originalmente se transformó a una semilunar con una costa elevada que en su parte más alta sirve de asiento a una bella ciudad conocida como Thora o Santorini, nombre debido a su patrona Santa Irene de Salónica. La idea no es transformar este relato en una clase de geografía o de historia; pero lo hago por la anécdota que les contaré después. Los barcos anclan afuera y trasladan a los pasajeros en barcazas hacia el muelle y una vez allí se puede acceder a la ciudad bien por funicular o en mula, medio de transporte este último que por supuesto escogió Marina.

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Una vez arriba, caminar por sus calles intrincadas, con las casas de diseño cuadrado, todas pintadas de blanco con expendio de productos marinos para degustar fue una experiencia única. Se trata de una de las islas griegas más bellas y pintorescas, con unos paisajes preciosos que estimulaban al romance y la poesía.

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Llegado el atardecer teníamos que bajar de nuevo al muelle, nuestro barco se veía como un juguete desde lo alto. Le pregunté a Marina: “Amor, ¿prefieres ir por el funicular ya que las mulas son empleadas solo para subir o lo hacemos bajando mil o dos mil escalones?”. Y me respondió sobrada “vámonos por los escalones”. A mitad de camino comenzó con “tengo ganas de hacer pipí” (cuánto me angustiaba, y los amigos cercanos lo saben, cuando decía eso; y siempre le respondía con una palabrota: “Coño Marina no empieces, aguanta por favor”). Veinte escalones más abajo, de nuevo: “No puedo más”; y lo peor es que en las escalinatas no había sitio para esconderse a orinar, hasta que en una de las curvas vi un pequeño nicho donde se encontraba una estatua pienso que de alguna virgen. La verdad no pude determinarlo, tan ocupado como estaba de cubrirla para que las otras personas que también descendían por las escaleras no la vieran; pero la orina comenzó a salir y descender por las escalinatas. No paraba nunca, era interminable, salió de su nicho como si nada hubiese sucedido. Marina tenía esas locuras y su vejiga hiperactiva le jugaba malas pasadas y mucho más cuando se encontraba de luna de miel, el atardecer que pudimos ver mientras bajamos al muelle fue espectacular.

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Nuestras próximas dos islas eran Delos, repleta de ruinas (y a decir verdad ya nos cansaba un poco seguir viendo ruinas), y después la bella isla de Mikonos que con sus espectaculares molinos al viento fundados en el siglo XVIII nos impactó agradablemente, en especial a mi gata romántica. Considerada como la Saint Tropez de Grecia con sus casas y calles blanqueadas con cal y repletas de personas gay especialmente después de las 6 de la tarde, la isla nos fascinó. Allí nos encontramos con Pedro El Pelícano paseando libre y mansamente por las calles de la ciudad. En esta isla no hubo anécdotas, solo nostalgia, romanticismo y éxtasis.

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Comenzó nuestro retorno a Atenas con un viaje muy movido. Esa noche, después de la cena bailable de extremo a otro de la pista por el movimiento del barco, continuamos en la discoteca hasta las cuatro de la madrugada y a la mañana siguiente sol y piscina. Allí estaba Marina como siempre exuberante en su hermosura y así la captó el lente de mi cámara… No me cansaba de fotografiarla.

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Al regresar a la península itálica llegamos a la ciudad de Pescara y allí nos esperaban nuestros dos grandes amigos, Gerardo Sanitá Di Toppi, físico nuclear que en Venezuela había sido profesor de la UNIMET, y Rita Bartolommei, socióloga. Pero en esta oportunidad nos detuvimos en Pescara tan solo para pasar con ellos un par de días antes de continuar viaje hacia el norte próximo, como estaba previsto para nuestro retorno a Venezuela. A Marina le agradó mucho el reencuentro, pues su carácter le permitía ser amiga por siempre. Pero al mismo tiempo, así como quería y daba la vida por una amistad, de la misma manera volteaba página cuando se sentía traicionada en esos sentimientos. En otras palabras, Marina era todo o nada. Con Rita y Gerardo pasamos unos días antes de seguir rumbo a Venecia y en Chieti Marina, con la ayuda de Gerardo, experimentado jinete de saltos, cabalgó uno de sus ejemplares, lo que le hizo sentir muy bien.

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La despedida en los andenes suele ser muy triste, y la tristeza de Rita y Gerardo disimulada con esa sonrisa espontánea cuando agitaban sus manos en un hasta luego, también la sentimos nosotros.

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A medida que el tren se alejaba cada vez a mayor velocidad nos alimentaba al mismo tiempo la certeza de que algún día nos volveríamos a ver. Era solo un hasta pronto.

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Llegamos al aeropuerto de Malpensa con cuatro horas de antelación y nos ubicamos en la fila para el chequeo correspondiente. Colocamos el equipaje en la balanza y, claro, teníamos un exceso como de 10 kilos. Por todo lo que nos habían regalado los familiares y amigos, libros de museos visitados, vino, aceite de oliva y ropa, había que pagar un dineral; pero cuando revisaron la lista de pasajeros me informaron que sólo tenían cupo para una persona, la otra tendría que viajar el día después o ambos vía Nueva York con Pan American pero también el día después. Mi gata entró en cólera y el joven que revisaba el vuelo me dijo en voz baja: “Calme a su esposa, pues lo que tienen que pagar en exceso de equipaje sobrepasa los mil dólares y convénzala para aceptar irse por Pan American”, que ofertaba dos maletas de 30 kilos por persona y así no tendríamos que pagar ninguna penalidad por ese concepto. Marina aceptó pero no sin antes protestar enérgicamente pues tendría que suspender una importante cirugía que debía hacer al llegar al país y por ese motivo pidió dos llamadas telefónicas sin costo que le concedieron para tratar de calmarla. La primera a nuestra hija Eleonora, quien no entendió lo de la cancelación de la cirugía sino después de unos minutos, cuando se lo expliqué en voz más comedida; y la segunda al primo William, quien había cuadrado todo con su amigo de la aduana para recibirnos en el aeropuerto para avisarle que llegaríamos el día después. A la mañana siguiente viajamos  a Venezuela vía Nueva York. Esa noche dormimos en un hotel cercano al aeropuerto con gastos por cuenta de Viasa… Las ocurrencias de Marina.

Como la felicidad no es total y siempre existen los altibajos, cuando regresamos los muchachos nos recibieron con la noticia de que Lord Homero tenía dificultad para orinar y la poca que emitía venía mezclada con sangre. Eleonora y Aldo en nuestra ausencia habían consultado infructuosamente con varios veterinarios y Marina decidió llevarlo de urgencia a una clínica en Las Mercedes, donde fuimos atendidos por una joven que nos causó muy agradable opinión y fue quien le detectó un tumor en la pelvis. Nuestro amigo y compañero de estudio Nelson Dellán aceptó operarlo en compañía de Felicia, la médico veterinario, en el Instituto de Cirugía Experimental; pero no hubo nada que hacer, Homero fue sacrificado por sufrir un cáncer de próstata avanzado. Entendimos que nos había esperado para que lo ayudáramos, el golpe fue devastador al punto en que lloramos desconsoladamente en los pasillos del segundo piso del Instituto Anatómico. Y tan intenso fue nuestro llanto que los estudiantes que por allí transitaban no podían entenderlo… Homero resultó como un hermano para Eleonora y Aldo y como un hijo para nosotros.

Capítulo 15. Separación de Eleonora, viaje a República Dominicana y a la Gran Sabana

Eleonora, nuestra primogénita, logra graduarse como Bachiller en Humanidades en la clase de 1986 del Colegio La Concepción, y con ella se gradúan también Sandra, Gabriela, Ingrid, María Luisa e Iratxe, las chipilinas que habíamos visto crecer como otras hijas.

En el verano de 1987 sufrimos por primera vez la separación de Eleonora, quien fuera invitada por nuestra amiga Flor Roffé, esposa del maestro Antonio Esteves, para viajar a Francia en compañía de su hija, Vicky. Resultó un golpe muy fuerte, pues conscientes como estábamos de que en algún momento eso tenía que suceder siempre genera angustia y desasosiego el saber que la primogénita y única hija hembra iría fuera del país durante un mes.

Marina consiguió rápidamente la forma de mitigar ese dolor y organizó dos viajes, uno hacia la República Dominicana aprovechando el ofrecimiento que nos hiciera una paciente de prestarnos su apartamento nada menos que en Altos de Chavón, una exclusiva zona residencial; y el otro, una expedición hacia la Gran Sabana y la isla de Margarita, aprovechando también el alojamiento que nos ofrecieron otros pacientes muy queridos en su casa de Pampatar, Arvedo e Italia Guaraldi. Marina era muy pata caliente, le encantaba viajar aun cuando fuera a Marina Grande. Hay que recordar que odiaba la rutina y necesitaba mantenerse en movimiento.

Para el viaje a Dominicana, como disponíamos de un apartamento con capacidad para varias personas, pedimos a Gloria, Amanda y Giorgio que nos acompañaran; y allá nos fuimos, junto con Aldo.

El viaje no comenzó nada bien, pues al tocar tierra el avión que nos trasladaba (no recuerdo el nombre de la línea aérea) sufrió un desperfecto en el amortiguador de la rueda delantera que lo inclinó hacia adelante y obligó a detenerse en el medio de la pista. Afortunadamente no hubo necesidad de bajarnos por los toboganes y fuimos rescatados por los autobuses del aeropuerto.

Luego de un par de horas de transitar por una bella carretera que atraviesa el río Chavón llegamos a La Romana, sitio donde alquilamos un vehículo para movilizarnos. Desde allí nos trasladamos hasta Altos de Chavón para instalarnos. Bellos y agradables días pasamos esa semana. Todos estábamos felices, pero especialmente Marina. No sé qué mágico efecto le producía la movilización hacia sitios por conocer. Se transportaba y nos contagiaba a todos con ese espíritu. Sólo mi suegro Giorgio, su padrastro pero a quien quería como un padre, se atrevía a comentarle que lo mejor de las vacaciones era estar conscientes de tener un sitio donde retornar; y esbozaba una sonrisa que a Marina no le gustaba, pues a ella nunca le agradaba esa idea.

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Recorrer el bello sitio de Altos de Chavón con el diseño de sus calles y casas con paredes forradas en piedra fue muy interesante para todo el grupo. Vivimos días de playa con un mar espectacular y arenas blancas hermosísimas que sirvieron de marco para una de las fotografías más bellas que hice a mi mujer, en la cual aparece con toda esa sensualidad que brotaba por los cuatro costados y que me embriagaba de placer.

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¡Qué mujer tan hermosa era!… grácil, elegante con cualquier indumentaria que empleara pues con su gusto siempre le iba bien. Pero además de la belleza exterior, que era evidente, el amor que esparcía hacia la gente, eso que se llama empatía o sangre liviana, incrementaba su hermosura, la multiplicaba… Así era mi Marina, única no en un millón como dice la letra de la canción, sino en muchos millones.

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Gracias a ese viaje nuestro hijo Aldo que para ese momento tendría catorce años tuvo su primer curso de buceo con bombona, lo que probablemente le ayudó en la decisión ulterior de estudiar Biología y especialmente Ecología Marina.

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Luego del viaje a Dominicana que tuvo una duración aproximada a los diez días, retornamos a Venezuela y casi de inmediato viajamos a la Gran Sabana, aprovechando que el primo Alfredo y su esposa vivían en Puerto Ordaz, lo que nos serviría para además de saludarlos escuchar las experiencias vividas en sus viajes por la región y escuchar sus consejos. Hacia allá partimos, pero esta vez con la compañía de Roger, Gary y nuestro Lord Homero.

Entonces operó en Marina la transformación a la que he hecho referencia previamente, pues a la mujer en traje de baño ahora siguió la exploradora de campo, con una indumentaria adecuada pero de una elegancia colosal. Así caminó por la Sabana, compartió con los indígenas de la etnia pemón, se adentró en los ríos, exploró con los muchachos, se acercó peligrosamente a los precipicios cercanos a las caídas de agua para las fotografías correspondientes. Así era Marina…

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Marina no sólo era incansable; era temeraria. No tenía miedo a nada y así educó a nuestros dos hijos y transmitió esa fuerza a las amigas y amigos de ellos.

Luego del maratón de la Gran Sabana nos embarcamos en el ferry en Puerto La Cruz y “dále” para Margarita donde llegamos con la tropa a la casa de una pareja de viejos italianos, los Guaraldi, quienes tenían una casa en Pampatar justo detrás de la iglesia con una gran terraza donde se acomodaron los muchachos con sus colchones de excursión mientras a nosotros nos asignaron la otra habitación de las dos que poseía la vivienda. Allí recibimos a Eleonora, quien había retornado de París, y viajó a la isla acompañada con una compañera de la UCV, su amiga Sandra Colmenares.

Vivimos otros días de playa, especialmente en playa Caribe, incluyendo esperas del atardecer en La Galera donde hasta Lord Homero se unía a la aventura. En un momento coincidimos con nuestro primo William y su entonces esposa Anita y pasamos un bello día en lo que consideramos siempre era el mejor lugar de la isla: Punta Arenas.

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Y por fin, el retorno a casa. Así quedaban Roger, Gary y Aldo, los chicos, luego de disfrutar los paseos con nosotros, mientras Marina compraba aguacates en la carretera del Guapo… ¡Qué personaje, mi mujer!

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Al ver a los chicos en esa condición dentro de la camioneta, Marina preguntaba: «¿Y a ellos qué le pasó, los picó la mosca del sueño?». Y a continuación soltaba la carcajada… Era terrible mi gata.

Capítulo 14. Mi renuncia a la UCV

Me involucré de tal manera con el trabajo universitario, especialmente en el Área de Recursos para la Enseñanza y el Aprendizaje, que prácticamente no me quedaba tiempo libre. Atendíamos la consulta privada en las tardes y, al terminar con el último paciente, Marina me acompañaba para adelantar el trabajo que significaba la post producción de los videos que se habían grabado con las intervenciones quirúrgicas más importantes. Así llegaba la medianoche, y a esa hora salíamos con mucha angustia a tomar el automóvil e ir a nuestra casa que tampoco estaba situada en un lugar muy seguro. Siempre estaba Marina allí conmigo… A veces se recostaba agotada y se dormía, mientras yo trabajaba en la post producción; y otras veces participaba activamente, daba ánimo y me conversaba de diversos temas mientras yo realizaba las tareas pendientes.

Las mañanas de los lunes, miércoles y viernes desde la 9 y hasta las 12 del mediodía tenía que atender a los diez estudiantes asignados para enseñarles Semiología Médica, los martes y los jueves me ocupaba de la revista médica con los residentes, y una vez a la semana tenía que asistir a la reuniones en la oficina de Educación Médica. Era cuestión de tiempo para que mi rendimiento disminuyera, y fue cuando elevé una petición a la jefatura de mi cátedra para que por lo menos me exoneraran de la docencia con los estudiantes y los repartieran equitativamente entre otros cinco profesores Instructores, esto mientras culminara el año escolar. Mi jefe de cátedra en ese momento en una decisión pilatérica sometió a votación mi petición y por supuesto salió derrotada. Siempre me pregunté la razón por la que una petición de un profesor asociado cual era mi categoría en el escalafón tenía que ser sometida a una votación en la que profesores instructores recién ingresados y en período de capacitación, es decir sujetos a remoción, tenían que aprobar o reprobar la propuesta, Esto me causó una enorme depresión y allí apareció la figura de Marina, quien me habló muy claro y raspado, sin tapujos, ni medias tintas, muy directa como era ella: “Pues renuncia”… «Pero vamos a perder los seguros de la APUCV», le contesté; y me respondió: “contrataremos un seguro privado”… «Pero, mi amor, vamos a perder un ingreso por poco que fuera»; y siguió: “Pero yo puedo perderte a ti y además tendrás más tiempo para dedicarte a tu trabajo en la clínica”… Y así fue rebatiendo y rebatiendo cada uno de mis argumentos, hasta que a altas horas de la noche elaboré mi carta de renuncia a la UCV en el año de 1986. Para mi sorpresa, esa carta fue recibida casi con agradecimiento por mi ida, pues entendí que con el salario de un profesor asociado a tiempo completo se podían contratar hasta tres instructores a medio tiempo; y así, en lugar de diez estudiantes por profesor, ahora podían ser siete u ocho.

Esta mirada, esta mujer, mi apoyo y columna vertebral en los momentos difíciles por los que atravesamos en la vida, como había sido renunciar al trabajo de 16 años, fue el acicate necesario para levantarme el ánimo y seguir adelante.

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Capítulo 13. Graduación de Marina

Al dividirse las carreras de Sociología y Antropología, Marina optó por esta última y decidió realizar su tesis de grado, con la tutoría de la profesora Maruja Armada, en la población de Todasana, aprovechando que nuestra vieja amiga Tamara tenía una casa en la zona. Para ese momento yo había creado y fundado en la Facultad de Medicina, el Área de Recursos para la Enseñanza y Aprendizaje que dirigía. El Área disponía de cámaras de televisión y grabadoras de cinta y no solo realizaban trabajos allí para la Facultad, sino que a través de convenios daba asistencia a tesistas de otras escuelas. Al presentarlo, el proyecto de Marina fue aprobado conjuntamente con otros dos.

La tesis se llamó «El Santo Varón de Todasana» y para su realización tuvimos que bajar al pueblo durante un año completo para registrar todas las festividades que allí se realizaban; pero especialmente el día de San Juan. Para ello contamos con la colaboración de nuestro muy recordado Aquiles Behrens, quien era para ese momento estudiante de Medicina y ayudante mío en el Área.

El Decano de la Facultad, Vicente Lecuna, nos apoyó logísticamente facilitándonos la camioneta que le tenía asignada la universidad. En una oportunidad en que íbamos hacia Todasana para filmar las festividades de San Juan, justo en el pueblo de Osma, la camioneta se accidentó por un problema del alternador. Tuvimos que dejarla en el sitio y continuar encaramados con los equipos de filmación en un camión de volteo que pasó por el lugar y que conducía un amigo de Tamara.

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Aquiles me sugería las tomas según el guión que habíamos redactado y en ocasiones, cuando el cansancio me afectaba, era él quien filmaba locaciones para tener suficiente material de apoyo para el momento de la post producción. Eramos una pareja todos para uno y uno para todos. Nos apoyábamos uno al otro, aun cuando los proyectos fueran descabellados o de difícil realización.

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Los desayunos los disfrutábamos en el pequeño restaurante del señor Vidal y típicamente se basaban en la combinación de huevos fritos, queso blanco rallado y arepas horneadas, y allí planificábamos con ayuda de Tamara las actividades del día.

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Su tesis fue aprobada con calificación de veinte puntos, pero el record de sus notas casi la acercó a graduarse magna cum laude. Además, realizamos un video que nos narró nuestra amiga Eva Blanco y que reposa en los archivos del departamento audiovisual de la Facultad de Medicina de la UCV.

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Ese mismo año de 1985, siendo profesor de la Facultad de Medicina, se me permitió imponerle la medalla; y en pleno acto académico, al inclinarse hacia adelante, me dijo: “Aprovecha, pues es la única vez que me inclinaré ante ti”… Lo que explica las risas de ambos en la fotografía.

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Desgraciadamente, el para ese entonces cuestionado Rector Edmundo Chirinos, por haber ordenado detener  con la GN en el peaje de Tazón a unos estudiantes que venían desde Maracay a protestar en la UCV, fue quien le entregó el diploma de grado.

Lo verdaderamente trascendente fue que esta excelsa, valiente, decidida y bella mujer logró otra de sus metas: graduarse en la UCV y mantener su relación de pareja contra viento y marea.

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Una vez graduada, nunca quiso ejercer; pareciera que se plantó el reto para demostrarnos que el tesón y la voluntad para lograr objetivos era fundamental en todos los órdenes de la vida. Y entonces me dijo: “Papi, me quedo trabajando contigo en el consultorio, pero ahora quiero ser tu asistente”; y así lo hizo. Pueden dar fe mis pacientes, quienes realizaban la antesala con Marina donde comentaban ciertos problemas que luego ella me los comunicaba para que estuviese atento. Nunca abandonó su trabajo, incluso hasta cuatro días antes de su muerte, cuando quiso que la llevara aún en silla de ruedas… Fue, además, una gran compañera. 

Capítulo 12. Retomar los estudios y los amigos de los hijos

Una vez que los hijos alcanzaron la adolescencia y pubertad respectivamente, inquieta como era, decidió retomar los estudios que había abandonado por el secretariado comercial que le permitió ser taquimecanógrafa y comenzar a laborar a muy temprana edad. Comenzó por el bachillerato libre: horas de sueño, gasto de energía… Pues sin dejar de ser madre de una hija adolescente y compleja de carácter, y un varón en fase puberal, ni abandonarme en la consulta, esposa y amante y además acompañar a Gloria en el negocio en las mañanas, todavía buscaba tiempo para asistir a los cursos preparatorios para los exámenes que debía tomar frecuentemente… «Super Marina», la llamábamos. Sin embargo, la ingestión de mucho café y consumo de cigarrillos le pasaron factura. Y una tarde, mientras se encontraba estudiando con una compañera que ella trajo a la casa y nunca me gustó, sufrió un dolor intenso en la parte alta de su abdomen, como una puñalada. Fui avisado, y en el camino a casa intuí que seguramente se había perforado una úlcera en su estómago. Efectivamente, al examinarla le encontré el abdomen como una tabla y la llevé al Instituto de Clínicas y Urología Tamanaco, donde fue intervenida quirúrgicamente por el Dr. Roque Maziotta H. Al regresar a la casa para avisar a los niños que todo había salido bien, encontré a la chica con una dormilona corta propiedad de Marina y eso terminó de colmar mi paciencia hasta pedirle que abandonara la casa… Más nunca la volvimos a ver.

En ese lapso sobrevino la opción de venta de la casa donde habíamos vivido hasta entonces y no pudimos conseguir el dinero para comprarla. Los ahorros no alcanzaban… Pero sí para adquirir un apartamento en la misma zona de El Paraíso, diagonal con el Instituto Pedagógico. De nuevo, un temor profundo invadió todo mi ser y otra vez la palabra tranquilizadora de Marina con el archiconocido “no te preocupes que sí podemos” ayudó a superar los miedos.

Marina siguió con su proyecto: se graduó de bachiller en Humanidades, y hacia 1979 logró entrar a la Escuela de Sociología y Antropología de la UCV. Quizá fueron los años más tormentosos y difíciles de nuestra relación, al punto que estuve muy cerca de abandonar el hogar, maletas hechas y todo. Solo que nuestros hijos adolescentes intervinieron para calmar los ánimos. ¿Qué sucedió?… y es mi opinión que no significa sea correcta, pero pienso que el estudio del marxismo enfrenta a quien lo analiza con su realidad y sus afectos. Creo que eso le sucedió a Marina y no fui capaz de entenderlo… Recuerdo que una vez entrando a la universidad por la puerta de Plaza Venezuela discutíamos por alguna situación política. Fue el momento en el que simpatizó profundamente con el MAS, partido que no me convencía porque lo sentía muy violento con puños en alto y consignas agresivas… Al descender del carro me dijo despectivamente: «anda y sigue a tu mundo de batas blancas”. ¿Qué le pasó?, ¿cuál fue la razón del cambio?El estudio de las materias sociológicas la confrontó de tal manera con su entorno que no permitía a nadie opinar en contra de sus ideas. Creo que aquellas personas resentidas no logran eliminar la confrontación que produce tal ideología, cosa que sí hacen quienes no tienen ese problema. Y por esto, más pudo el amor para superar los roces y poco a poco fuimos aceptando nuestros puntos de vista divergentes y respetando las ideas. Además, de nuevo la cama alivió las penurias…¡Qué gran bálsamo para los problemas conyugales es la cama, cuando se emplea no solo para dormir! Dos grandes amigas tuvo Marina durante su carrera, Gladys Lange y Maria Cristina Alcalá, su compañera de estudio; y dos profesores que la marcaron de manera importante: Michel Mujica y Simón Saéz Mérida.

De esa época, año de 1983, recuerdo una anécdota que define quién era Marina: surge un trabajo de campo de una de las materias relacionadas con la exploración arqueológica y había que viajar a Quíbor en el estado Lara. El grupo tenía que tomar un bus a las 5 am en el terminal del Nuevo Circo y, conociendo lo mal que se sentiría por sufrir mareo de locomoción, le pedí que viajara en avión  con su amiga Titina y yo les pagaba los pasajes. Incluso llamé a una paciente que vivía en Barquisimeto para avisarle que Marina llegaría en el primer vuelo de Avensa el día 11 de marzo. Solidaria como era, me dijo que no aceptaba, pues ella tenía que viajar como todos los otros compañeros; y a las 5 de la mañana la dejé en el terminal de buses antes de regresar a la UCV. Al llegar, mi asistente, David García, me esperaba con cara aterrada y me preguntó: “Mi doctor, ¿Marina por fin se fue en avión?”. Le contesté: «no David, acabo de dejarla en el Nuevo Circo”. A lo que me respondió aliviado: “menos mal, pues el avión de Avensa se estrelló al llegar al aeropuerto». Por cosas así se auto identificaba como una brujilda…

Desde que los hijos comenzaron a crecer, nuestro hogar se transformó en un ir y venir de chicas compañeras de estudio del colegio La Concepción, donde logramos ingresar a Eleonora, y del colegio San Agustín, donde estudiaba Aldo, además, de otros niños que vivían en el edificio al que nos habíamos mudado (el Miranda). Sandra, Ingrid, Gabriela, María Luisa e Iratxe eran asiduas visitantes de nuestra casa, asi como Roger, Kurt, Carlitos, Cristiano, Pablito, Gary, Julito y Marisol, lo hacían por el lado de Aldo. Salían a los paseos con nosotros, incluso al interior del país; y, como mencioné previamente, una oportunidad de oro nos permitió realizar la compra del apartamento en las Residencias Orca de la urbanización Playa Grande y esto añadió nuevos espacios para los fines de semana. Hasta allí iban los muchachos para permitirnos disfrutar de su compañía y ser muchas veces sus confidentes, sobre todo de aquellos secretillos que no se podían contar a los padres… Marina era una verdadera esponja para ello, especialmente con las chicas que hoy día se constituyeron en el grupo «Orca»; era tan confiable, que los padres de los muchachos les permitían viajar con nosotros por toda Venezuela. Para ese momento, otro miembro había llegado a la familia: el fiel y distinguido Homero, un verdadero Lord inglés, que se transformaría en acompañante permanente de todos nuestros viajes y en la mascota más querida de Marina.

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Capítulo 11. Comienza la etapa del «Orca»

La Sra. Benilde decidió incrementar los alquileres en Mansión del Mar y como habíamos logrado ahorrar un dinerillo decidimos invertirlo en una propiedad. Comenzamos el periplo de visitar sitios por la misma zona pero todos resultaban muy costosos y superaban nuestras expectativas, por lo que investigamos en la urbanización Playa Grande y encontramos un sitio muy bello que al verlo desde la calle superior nos impactó muy favorablemente: una amplia piscina y unas hermosas áreas verdes con cancha de tenis incluída. Entonces Marina me dijo: «Frankie, este sí me gusta, vamos a visitarlo».

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El edificio había sido construido bajo el concepto de cooperativa por ejecutivos medios de Maraven y al constructor se le habían quedado algunos apartamentos sin vender. El banco que ayudó a financiar la obra comenzaba a asfixiarlo con el cobro de los intereses… Al llegar, inmediatamente Marina, audaz como era, me dijo de manera tajante: “lo compramos”… Yo le respondí con reticencias: “mi amor, pero vamos a pensarlo”… «¡Noooo!, damos las arras ya que el mismo constructor nos está financiando la inicial en cuatro cuotas y además nos consigue la hipoteca bancaria”, fue su respuesta; y recordé un adagio que dice: “cuando tu mujer quiere que te tires por un tajo ruega a Dios que sea bajo”. Y esta mujer tenía miles de poderosas razones para convencerme y así comenzó una época extraordinaria para toda la familia; pero especialmente para nosotros, que transformamos el sitio en nuestro nido de amor, en nuestro escape incluso de días de semana cuando salíamos de trabajar a golpe de 9 de la noche y en lugar de ir a nuestra casa en el Paraíso tomábamos la autopista y terminábamos en el apartamento escuchando música, tomando vino o vodka y bailando hasta quedar agobiados… Cuántas noches lo hicimos… Allí conocimos a grandes amigos que nos acompañaron siempre: Alberto y Gregory, Oliva, Mónica y su hijo Gabriel, Nancy, el Felo y su esposa, Navarro y su esposa Nelly, Eddy Ramírez y su familia, el “capi” Armando Perez, Bisanti y su esposa, nuestros vecinos puerta con puerta, Miguel y su esposa Mariaelena, Tinoco y su esposa, los hermanos Yamín. Nuestros primos, Alfredo Stelling Cróquer, su esposa Victoria y nuestro ahijado Herman, William Crespo, José Luis Martino y Maritere, Harry y Carolina, Tomy Martino y Dinorah con sus niños, eran asiduos visitantes en las vacaciones de la Semana Mayor. Las tenidas eran intensas pero allí coincidíamos los fines de semana y no faltaba la cava con los tragos y la música a la cual éramos todos aficionados….

Y también era el sitio de visita de los amigos de nuestros hijos, quienes cuando podían bajaban para pasar con nosotros los fines de semana: Ingrid, Sandra, Iratxe, Gabriela y María Luisa, compañeras de Eleonora, y Roger, Gary y Kurt, allegados a Aldo.

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Los vecinos de Orca decidieron un día nombrar a Marina en la Junta de Condominio y resulta que comenzó a darse cuenta de una serie de problemas, como por ejemplo que las áreas verdes no pertenecían al edifico sino que el constructor, mientras realizaba el movimiento de tierra, había decidido rellenar la zona aledaña con esa tierra que había movilizado para la construcción de la piscina y sobre ese relleno construído una pérgola, una cancha de tenis, los jardines y espacios para caminar que daban al conjunto una belleza única; pues bien, se fue hasta el consejo municipal y logró que le otorgaran la concesión, guardia y custodia de esas áreas por tiempo indefinido… Por supuesto, a partir de ese momento fue reelecta una y otra vez conjuntamente con nuestra amiga Oliva. Ambas lograron hacer una pareja inigualable en la conducción de ese condominio, apoyadas por el otro miembro el CA Marquez Planas; y gracias a su trabajo lograron estabilidad laboral Ernesto Vega, un joven de origen ecuatoriano que después se transformó en nuestro compadre por partida doble, y nuestro vigilante Dámaso, un gran bocheador que nos acompañaba en esas partidas de bolas criollas que duraban hasta altas horas de la noche. Pero, además, construyeron tres parrilleras de manera que la gente podía realizar sus actividades sin perturbar a los vecinos.

En las vacaciones de Semana Santa inventamos las famosas olimpíadas donde adultos, jovenes y niños de nuestra residencia y de los vecinos de las residencias El Jurel competíamos en diversas especialidades deportivas. Y además el acto de premiación lo hacíamos con medallas tal cual una seria competencia. Realmente pasamos ratos muy agradables, especialmente el día en que a nuestro primo Alfredo le tocó competir en natación y el contrario era un triatlonista. Alfredo quedó eliminado al lanzarse a la piscina pues con la zambullida perdió el traje de baño dejando al descubierto sus glúteos, mientras intentaba ajustarse de nuevo el traje de baño el otro competidor ya venía de regreso… Eso nos causó mucha gracia.

Horas difíciles vivió Marina cuando se sucedió la tragedia de Vargas entre el 16 y el 18 de diciembre de 1999,  pues Ernesto y sus hijos quedaron desamparados, sin comida ni agua. Los libros correspondientes al condominio se encontraban atrapados en la oficina de la administradora que funcionaba en un edificio de la zona de Macuto y mi mujer, con ese par de ovarios que la caracterizaba y apoyada por Oliva, dio órdenes a Ernesto, quien era depositario de las llaves de los apartamentos para que procediera a abrirlos, empezando por el nuestro, y bajo su responsabilidad tomara de las neveras y despensas lo que fuera necesario para repartir no solo entre su familia sino entre los vecinos de Playa Verde que acudieran a buscar ayuda. Y aprovechó para bajar al litoral con un vecino del Paraíso, Kurt Knoll, que deseaba donar una planta eléctrica, para rescatar los libros del condominio y eso lo hizo el 24 de diciembre ante la angustia mía, de Eleonora, Aldo, su mamá y mi mamá, quienes en vano tratamos de convencerla de lo contrario… Su determinación y entereza eran inigualables… Regresó como a las 11.30 de la noche con los libros, pero aterrada por lo que había visto: la gente saqueando lo poco que quedaba en pie y bajo disparos de fuerzas del orden que intentaban controlar la situación. Tomó una ducha, se acicaló, vistió elegantemente y a las doce por fin pudimos disfrutar la cena de navidad.

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Un mes después bajamos a constatar los daños y llevamos a un gran amigo, Robi Terán, y a su hermano Robiro, ambos ingenieros civiles, para evaluar la situación. Ellos diseñaron un sistema para controlar el cauce del agua que caía desde la parte superior, bajaba al lado de la piscina y socavaba la calle que daba acceso a las residencias, lo que generó una importante falla de borde y abrió un cráter con el riesgo de arrastrar toda la estructura… Horas de trabajo, convocatoria de copropietarios, asambleas para evaluar propuestas y petición de cuotas especiales resultaron en situaciones de tensión por los necios que siempre piensan que alguien puede enriquecerse en estos puestos. Pues bien, en una de esas reuniones tomó la palabra Eddy Ramirez y entregando un cheque personal con el monto pedido como cuota especial y un lapidario “esta es mi colaboración y pido un voto de confianza para la junta de condominio” obligó a los reticentes al apoyo incondicional. Un mes después, los trabajos habían concluido y hasta el sol de hoy siguen resistiendo los embates de la naturaleza… Esa era Marina: mujer de armas tomar, heroína silenciosa de mil batallas.

Capítulo 10. Su padre biológico: Ermenegildo Pedrón

Fue un hombre de difícil carácter, recio, de una personalidad avasallante, militar de carrera, que decidió luchar en contra del fascismo y logró organizar en los altos de Vittorio Veneto un ejército de partigiani con quienes ofreció gran resistencia a las fuerzas de ocupación alemana hasta lograr su rendición.

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Finalizada la guerra y disgustado por la forma como se comenzaron a manejar las cosas por parte de la dirigencia política, decidió tomar un barco y venir a Venezuela dejando a Marina con tan solo dos años de nacida y a Gloria, su compañera de lucha armada en Italia. Algo sucedió con Libero, su nombre de guerra, que le obligó a tomar esa decisión de abandonar todo y viajar lejos de su país de origen. Esto ha sido objeto de investigación y publicación en un libro recientemente editado por la investigadora María De Santi y presentado en el Salón de Armas y Museo della Bataglia de Vittorio Veneto.

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Una vez en Venezuela, comenzó a trabajar en la industria petrolera como supervisor de campo y posteriormente en la industria de la construcción en faenas similares: supervisaba, ordenaba, mandaba… En fin, nunca abandonó su estructura militar.

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Gloria, que también era de armas tomar, vino a Venezuela con su niña en búsqueda de su amor, pero pronto se dio cuenta de que no era correspondida, por lo que decidió comenzar un pequeño negocio importando sombreros para damas, objetos de porcelana, platos y bisutería. Su gran gusto y cultura le generaron una clientela proveniente de las personas allegadas al régimen perezjimenista pero también de familias encopetadas que vivían en el Paraíso.

Este pequeño relato es el abreboca para lo que sigue: Ermenegildo aparecía de repente e invitaba a Marina a cenar o a comer helados, y volvía a desaparecer por meses, pues su trabajo en el interior del país le impedía venir con mayor frecuencia.

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Se hizo presente el día de nuestro matrimonio civil y después regresó para el eclesiástico y de nuevo desapareció sin dejar huella y lo hizo por tanto tiempo que ni siquiera se enteró de que había nacido Eleonora, su primera nieta. Hombre libre de verdad, sin ataduras afectivas, quizá había sido golpeado por la guerra y por decepciones vividas durante la post guerra, atenuantes que nos permitían comprenderlo.

De repente apareció un día y también pudo conocer a Aldo, que ya se encontraba en tercer o cuarto grado. Salimos a pasear por la avenida principal de Sabana Grande y observé que se detenía a ver las vitrinas de negocios que no tenían nada que ver con su carácter. Al llegar a nuestra casa le pregunté la razón y fui directo al grano: “Pedrón, ¿te molesta la pantorrilla cuando caminas?”. Respondió afirmativamente, le examiné y detecté que los pulsos de la pierna derecha estaban ausentes. De inmediato lo hicimos ver por el Dr. Ismael Salas Marcano y se decidió la cirugía para restaurar la circulación.

Una vez fuera de la clínica lo alojamos en el hotel Pinar por estar cerca de nuestra casa donde Marina le visitaba constantemente antes de ir a trabajar en el negocio de su madre; pero un día llegó y el gerente del hotel le manifestó que su padre había salido muy temprano con su maleta… Terrible golpe para la gata, pues de nuevo desapareció. Se lo tragó la tierra. Durante muchos años no supimos nada de su persona hasta que un día nos llama nuestro primo Víctor “El Negro” Cróquer, quien era diplomático de carrera, para decirnos que alguien le había comentado haber conocido a Ermenegildo quien trabajaba como gerente del hotel Italia en Ciudad Bolívar. Y hasta allá se fue Marina a buscarlo y lo trajo de regreso para realizarle una revisión médica. Nos contó que en los años de ausencia estuvo en la selva ayudando a la congregación de las Hermanas de la Caridad en su trabajo con los indígenas y además como guía turístico. Fueron estas Hermanas quienes, debido a otro problema vascular en la pierna contraria a la operada, le trasladaron al hospital Vargas para recibir tratamiento y nos enseñó algunas imágenes fotográficas alusivas a ese trabajo.

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A medida que Pedrón relataba, la cara de Marina era un poema, su padre había permanecido varias semanas hospitalizado en Caracas y no le había avisado… ¡Qué disgusto tan grande!; pero se transformó en tristeza cuando le manifesté que había una mancha en el vértice del pulmón derecho y que aparentaba ser un cáncer, lo que efectivamente fue confirmado por examen bronquial y biopsia. Iniciamos de inmediato radioterapia y luego quimioterapia, la que no continuó. En ese lapso lo tuvimos en nuestra casa hasta que un día decidió regresar al hotel Italia, pero esta vez lo teníamos ubicado y Marina conversaba frecuentemente con él vía telefónica. Luego de dos años recibimos una llamada de Ciudad Bolívar donde nos comunicaban que Ermenegildo se encontraba mal. Marina voló hasta allá y lo trajo de regreso, esta vez muy deteriorado, al punto que el 12 de enero de 1982 murió en nuestra casa como lo quiso Marina, cuidado por su hija, esa que había dejado en Italia, a la que veía de vez en cuando, de la que había huido en dos oportunidades sin aviso… Marina fue hija contra viento y marea.

 

Capítulo 9. Primer viaje solos

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Los niños habían crecido lo suficiente como para dejarlos con las abuelas Gloria y Amanda mientras nosotros tomábamos por vez primera unas merecidas vacaciones. Transcurría el año de 1978 y OBE, siglas que identificaban a la Organización de Bienestar Estudiantil, ofertaba para estudiantes y profesores de la universidad pasajes no solo más económicos sino pagaderos en cómodas cuotas mensuales. Teníamos una moneda muy fuerte y con pocos dólares se podían obtener divisas en cantidades apreciables, así que nos dijimos «Hora de vacaciones y de conocer Italia, de visitar a la familia de Marina, tíos y primos y amigos de la infancia». Hicimos las maletas y tomamos el avión de Viasa que verdaderamente hizo honor al slogan publicitario que rezaba “en Viasa el tiempo pasa volando”. Comenzamos por Milán, donde nos encontramos con viejos amigos de Gloria y Giorgio, visitamos la famosa Catedral de estilo gótico conocida como el Duomo di Milano, el castillo Sforzesco donde apreciamos varias de las obras inconclusas de Michelangelo precursoras de la famosa «Piedad» y pudimos apreciar en el refectorio del convento dominico de Santa María delle Grazie la pintura mural original ejecutada por Leonardo Da Vinci entre 1495 y 1497 conocida como «La última Cena, Il Cenacolo en italiano». Con los amigos de Gloria y Giorgio visitamos Corredo, un interesante pueblo cercano a Milán, principal productor de manzanas de la zona y allí pudimos comprender la verdadera esencia del cooperativismo sin populismo, pueblo trabajador de agricultores que no solo inundaba de manzanas los mercados europeos sino también financiaban los estudios superiores de sus niños y adolescentes para que se incorporaran al desarrollo de la región una vez egresados de los institutos de educación superior.

El último día en Milán, mientras almorzábamos en una trattoria típica, la gata comenzó a notar acidez y pidió al camarero en perfecto italiano “per piacere mi porta un vaso di latte”, que traducido literalmente significaba “por favor me trae un jarrón de leche”. Marina se había inexplicablemente confundido y un lugar de pedir un «bichiere» pidió un «vaso», que en italiano significa jarrón o vaso de cama. Cómo nos reímos, el camarero incluido, quien al momento de la orden le ripostó “signora sta sicura?… Un vaso di latte e troppo”. A lo que Marina contestó con visible disgusto “si, sono sicura, o detto un vaso di latte”…  

El día después tomamos el tren directo hasta Venecia, la bella ciudad que siempre quiso visitar mi Marina, donde nos alojamos en un hotelito muy modesto al margen de un canal conocido como Río Marín. ¡Qué feliz estaba Marina en su Venecia añorada! Dos días después llegó su prima Elda con el esposo Walter y nos llevaron a la casa de sus tíos Clara y Mario quienes vivían con la abuela aquejada por una demencia senil, mientras que su abuelo había muerto meses antes con un infarto cerebral, lo que la entristeció mucho, pues ellos habían acompañado a Gloria durante un tiempo cuando llegó como inmigrante a Venezuela siendo Marina una niña. No encontrar a su abuelo a quien adoraba y ver a su abuela confundirla con su mamá fue un golpe tremendo…Visitamos Cortina y por último hicimos tres pasos de las Dolomitas subiendo a una de las estaciones donde a pesar del frío los austriacos y alemanes descansaban sin camisa para tomar algo de sol.

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Nos despedimos de la familia y tomamos el tren para Florencia. La experiencia de viajar en tren, bajar el equipaje en el poco tiempo que otorgan por la necesidad de mantener un horario y puntualidad estrictos nos produjo risas nerviosas como al llegar a esa ciudad de la Toscana.

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Nos alojamos en una pensión muy modesta pero céntrica. Recordé lo que me había dicho el Dr. Miguel Layrisse, profesor y compañero de cátedra: «Mire Dr. Cróquer cuando se viaja de turista solo se emplea el cuarto del hotel para dormir, no gaste dinero en lujos, gástelo en otras cosas”. La pensión Pendini se encontraba en el segundo piso de un edificio vetusto pero situado en la plaza de la República en el centro histórico de la ciudad. Vecina a Florencia, en la ciudad de Prato, vivía Daniela, una gran amiga de la infancia, la hermana que no tuvo, me decía Marina, y a quien no veía desde que la despidiera en el aeropuerto de Maiquetía en el año de 1961, cuando sus padres tomaron la decisión de regresar a Italia.

Los Giugni eran tres hermanos: Daniela, la mayor, luego Roberto e Ingrid la más chiquita y objeto de todas las maldades que se les ocurrían a las dos grandes amigas. Cuando se sucede la separación, ambas hicieron casi un pacto de sangre que afortunadamente para Ricardo y para mí no cumplieron: juraron que nunca se casarían . Sin embargo, lo hicieron: Daniela con un italiano y Marina con un venezolano.

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Cuán emocionante el reencuentro de mi Marina con esa hermana que no tuvo, su esposo Ricardo, Ingrid y Roberto. Fuimos con ellos a Prato para saludar a Ambretta, su segunda madre, y comimos en el Piazzale Michelangelo un inmenso helado, tan inmenso que la propaganda decía “mangia e bebe”. En ese sitio vivimos la experiencia de ver una réplica de la famosa estatua del David.

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La ciudad de Florencia es realmente una maravilla, se respira arte por doquier, en cualquier esquina. Caminarla con el mapa en la mano es regresar al pasado al pensarla con sus calles de tierra y transitadas por carruajes de la época y tratar de explicarse cómo lograron construir tantas obras hermosas. El espectáculo visual de su Catedral Santa María del Fiore concluída por Brunelleschi,  con su cúpula maravillosa,  es indescriptible. Al lado está el campanario de Giotto y un poco más allá el Baptisterio de San Giovanni con las maravillosas puertas esculpidas en bronce por Ghiberti y Pisano, que nos dejaron boquiabiertos.

Visitar la Galería de la Academia y transitar sus espacios hasta llegar al salón perfectamente iluminado donde se alza majestuosa la figura del David, una de las obras maestras de Michelangelo, y pensar cómo en los años 1400, sin la tecnología actual, pudo un hombre esculpir semejante estatua, con tan perfecta anatomía, nos dejó extasiados. Luego recorrimos las instancias del Palazzo Vecchio, la Galería delle Uffizi y cruzamos el Ponte Vecchio sobre el río Arno para por fin sentarnos a degustar un rico panino de mozarela con jamón y una agradable copa de vino de la región y comentar como unos muchachos todo lo vivido hasta ese momento.

El último día de nuestra estadía en Florencia, Daniela, Ricardo y Roberto nos llevaron a conocer dos maravillosas ciudades vecinas, Siena y San Geminiano, con sus hermosas plazas y torres medievales. Allí Marina se sintió en la gloria, amante como era de todo lo antiguo.

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Dejamos Florencia y continuamos viaje hacia Roma. Era obligado conocer la capital de Italia y sus monumentos, en especial la capilla Sixtina y otro de los admirables trabajos de Michelangelo, la «Piedad», su obra ya finalizada, las ruinas del imperio romano, el Coliseo, las catacumbas y las famosas esculturas del «Moisés» y de «San Pedro in Víncoli», situadas en la Basílica de San Pietro.

Desde Roma en tren atravesamos Italia de Oeste a Este hasta la ciudad de Pescara para visitar a nuestros amigos Rita y Gerardo, quienes habían retornado a su país de origen luego del nacimiento de su hija Sylvia ocurrido en Venezuela pocos años antes. Luego de recogernos en la estación de trenes nos trasladamos con ellos hasta la ciudad de Chieti donde vivían.

Nos organizaron un paseo bellísimo a través de los bosques de la región por carreteras estrechas y sinuosas. Luego de un recorrido de dos horas y sin posibilidad de detenernos por lo angosto de la vía y la inexistencia de áreas de servicios públicos, Marina comenzó con su urgencia miccional que parecía agravarse en la medida en que crecía la dificultad para lograr orinar, hasta que Gerardo consiguió un espacio para detenerse, pero dejando la mitad del auto en la carretera y la otra mitad fuera de ella. Marina bajó y corrió hacia el primer escondite para vaciar su vejiga y no había pasado un minuto cuando arribaron dos policías de carretera en sus respectivas motocicletas y a pesar de las excusas esgrimidas por nosotros y por la misma Marina cuando regresaba satisfecha, Gerardo recibía una multa de 10.000 liras que para ese momento era dinero.

Continuamos nuestro viaje y ahora en una carretera con hermosas vistas de la costa Este de la península itálica bañada por el mar Adriático hasta llegar a Rodi Y Peschici, unos hermosos pueblos con sus casas construidas sobre la roca. Luego de pasar el día retornamos a Chieti pero sintiéndome mal con calosfríos y fiebre, por lo que el día después Marina fue con Rita y Gerardo hasta las poblaciones de Sulmona y L´Acquila, mientras yo me quedé reposando.

Rita era de la isla D´Elba localizada en la costa Oeste de Italia, geográficamente más arriba de Roma y nos invitó a conocerla. Atravesamos la península desde el Adriático hasta el Tirreno y en la ciudad de Piombino tomamos un ferry para llegar hasta Portoferraio. Nos hospedamos en casa de una familia que alquilaba habitaciones de una pulcritud y limpieza mejor que un hotel cinco estrellas.

Conocedores de la isla como la palma de sus manos, nos llevaron a bellas playas y por primera vez me tuve que enfrentar a la desagradable experiencia de ver a mi gata despojarse de la parte de arriba del traje de baño, disponerse a tomar un baño de mar y exponerse al sol con sus senos descubiertos. Al ver a muchas mujeres, abuelas incluidas, desnudas de la cintura hacia arriba me sentí como el propio ignorante lleno de prejuicios y de comportamiento atrasado, así que me acostumbré al top-less de Marina.

Rita nos presentó a su tío, a quien llamaban cariñosamente el Zio Topone, que significaría el Tío Ratón. Nunca pregunté la razón del epónimo pero luego de verlo siempre intranquilo, en búsqueda del pescado para preparar las anchoas en aceite de oliva exquisitas o las aceitunas, o buscando las hortalizas o las frutas en su huerto, o destapando una botella de vino espumante hecho en casa y sosteniendo el corcho con las dos manos al exclamar con emoción “guarda ha una pressione forte, forte” y finalmente realizar el descorche con el sonido típico, entendimos la razón. Probar ese líquido espirituoso preparado en casa sin ningún tipo de aditivo químico y con esos acompañantes fue algo maravilloso.

Llegaba el final de este hermosísimo viaje a Italia… Habían transcurrido casi treinta días intensos en nuestro primer contacto con el viejo continente, en especial Marina que pudo conocer a su familia y reencontrarse con sus amigos y casi hermanos de la infancia además de compartir de nuevo con Rita y Gerardo y conocer su isla D´Elba. Todo nos dejó un agradable sabor y deseo de retornar. Nuestros amigos nos acompañaron al puerto, nos embarcamos en el ferry y retornamos a Piombino y tomamos el tren hacia Milán donde pocas horas después volaríamos de regreso hacia nuestro país.

Al llegar, como todavía quedaban unos días de vacaciones y habíamos ahorrado algo de dinero durante el viaje, el complejo de culpa de haber dejado a los niños tanto tiempo sin nuestra presencia hizo que compráramos cuatro pasajes y los lleváramos a pasear por Miami y Orlando durante 7 días… El bolívar valía y su poder adquisitivo era alto…

  

Capítulo 8. Mansión del mar

Caracas nunca ha sido una ciudad amable para el esparcimiento, siempre caótica en su crecimiento donde los espacios verdes y parques solo se construían en las urbanizaciones… y como los niños se encontraban ávidos de drenar energía y crecer al aire libre conjuntamente con Gloria, quien puso una parte y yo la otra, decidimos alquilar un apartamento en una quinta situada a orillas del mar en la urbanización Tanaguarena. La quinta se llamaba Mansión del Mar y su dueña, la Sra. Benilde Santalla, era la creadora, junto con su hijo, de las pelucas o postizos Lupi a los que Renny Otolina hacia propaganda. Ella decidió transformar su casa de playa en una serie de apartamentos que alquilaba de manera permanente. Esos eran nuestros fines de semana, pues bajábamos al litoral los sábados para retornar el domingo en la noche. La casa tenía un bello jardín y una piscina no muy grande, luego una terraza justo frente al mar empleada como solárium donde reposábamos mientras se leía o conversaba.

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Con la llegada de la oscuridad aparecía también la oportunidad de escapar del apartamento para sentarnos en las rocas, sentir la brisa del mar que nos acariciaba la piel mientras nuestras manos urgaban y urgaban… y nuestros labios se unían en besos apasionados e interminables… ¿Cómo olvidar estas travesuras de adultos?… Imposible.

Allí conocimos a Jorge Giralt, su esposa Giudita y sus hijas, a Giovanni Incandela y su esposa Antonietta, con sus hijos, Munir con su esposa e hijas… pero además a dos jóvenes italianos, él Físico y ella Politóloga, con quienes Marina conversaba mucho. Estos muchachos regresaron a Italia y después supimos que habían sido detenidos por tener relación con el grupo Bandiera Rossa y sometidos a juicio por su participación en el secuestro y posterior asesinato del líder de la Democrazia Cristiana Aldo Moro, y eran tan tranquilos que parecían incapaces de matar a una mosca… No puedo dejar de contar estas historias pues formaron parte de nuestra vida, de esa vida intensa que tuvimos como pareja.

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Los niños aprendieron a nadar bajo la supervisión de Marina que dominaba la técnica a la perfección y siempre vigilante los acompañaba en la piscina… Y el grupo que conformamos fue extraordinario. Recuerdo que con varios de los muchachos Marina y yo íbamos al teatro del hotel Macuto Sheraton los días de película y en ocasiones de cumpleaños los celebrábamos en Mansión del Mar: etapa bonita de nuestra vida, ésa…

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No habia discriminación a la hora de divertirse. Niños y adultos la pasábamos muy bien y la llegada del sábado representaba un bálsamo para el alivio del estrés laboral de la semana.

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